rabinat
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A mis 15 años me había dado cuenta de muchas cosas en la vida que no necesité que nadie me explicara. Entendí hace mucho que fui un desliz de discoteca de mis padres, entendí que la esposa de mi padre aceptó otro más de los cuernos y me permitió tener el apellido solo para que él no la abandonara, o mejor dicho, para no decirle adiós a su dinero. Entendí que los dos demonios mayores que tenía como hermanos me detestaban por intrusa y que en esa familia yo era poco bienvenida.
Aun en esa situación, mi padre insistió en que yo debía estar presente el día de su cumpleaños, ya que ese día se celebraría el haber vivido medio siglo y cerraría un importante trato de negocios que le generaría aún más dinero del que ya tenía, así que habían demasiados motivos para celebrar y toda su familia debía estar con él.
-Gracias papá, pero no creo que pueda ir- le dije luego de escuchar todo su discurso.
-La pasarás bien, además es algo nuevo para ti, nunca has asistido a mis fiestas- dijo mi padre poniéndose de pie y cerrando el botón de su saco, palmeó mi hombro, ignoró la presencia de mi madre como siempre y se fue.
Mi mamá se acercó a mí con su inigualable expresión de regaño, con los brazos como jarras, el ceño fruncido y la mirada acusadora, sabía que vendría uno de sus monólogos eternos de los muchos esfuerzos que ella hacía por mí, de que mi padre nunca me daba nada, que todo se debía a ella, que yo era una mal agradecida… lo mismo de siempre, el cuento de nunca acabar.
-Se puede saber ¿por qué le has dicho que no?- me preguntó cruzándose de brazos.
-Por lo que el mismo ha dicho, nunca he ido a sus fiestas ¿y eso es por qué? Pues nunca me invita- el hecho de entender lo antes mencionado, no hacía que doliera menos, así que en un claro ataque de rebeldía, no quería estar cerca de mi padre.
-A ver cuando piensas madurar. Las cosas son como son y resulta que pronto empezarás la universidad y yo no puedo pagarla, tampoco puedo pagar un sitio para que vivas, pero él sí puede, así que el fin de semana se me pone lo más hermoso que haya en su armario o mejor le dices a tu padre que no tienes nada adecuado para vestir y así te compra algo y vas a su maldita fiesta. Necesitas mantenerlo feliz- Espetó mi madre dándome a entender que no tenía derecho a replicas.
-Afffff – Solté un bufido y me fui a mi habitación bullendo de pura rabia.
Me sentía como un pedazo de carne en venta, pero a la vez sentía que no valía nada. Me sentía como las mujeres de esas telenovelas que tanto odiaba, que rogaban la atención del hombre que amaban pero este no les ofrecía más que migajas, no las valoraba, más bien las dañaban y huían a otros brazos. Me sentía como hace 15 años debió sentirse mi madre al enterarse que estaba embarazada de un hombre ajeno y como cada día de mi vida he intentado ignorar que me siento, pero ¿Yo que culpa tengo de todo esto? No debería sentirme así, yo no debería estar rogando el amor de nadie, yo no debería suplicar por migajas y mucho menos de mi padre. Mi lógica me dice que lo trate con la misma indiferencia que el a mí, pero mi madre dice “Ve a su fiesta, arrástrate a sus pies, desvalorízate y ve a la universidad” ¡Maldita sea! ¡Malditos todos!
Pasados los días, el fin de semana se hizo presente y asistir a la fiesta fue inevitable. Mi padre justo como dijo mi madre, me compró ropa muy hermosa para ese día, me peinaron y maquillaron excesivamente, de hecho aparentaba al menos 5 años más de los que tenía, y una vez lista para la exhibición me dejaron ahí, como un jarrón barato, en el rincón donde no se diga que está escondido, pero que no desvíe la atención de los que realmente vale la pena mirar.
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Las horas pasaban y yo cada vez más aburrida. No estaba comiendo mucho, no podía hablar con nadie porque todos eran adultos y amigos de mi padre o de la bruja de su esposa, no podía bailar con ninguno de los amigos de mis hermanos ya que no los conocía y supuse que habrían escuchado cada historia de mí y no estarían interesados en conocerme tampoco.
Harta de tanta incomodidad me acerque a mí ya medio borracho padre- Oye papá ¿podrías llevarme a casa? No me siento bien – Mentí, intentando huir de ahí.
-¿Y a mí que me importa si te sientes mal? ¿La niña quiere estudiar? La niña tiene que hacer lo que a mí me dé la gana y me da la gana de que te quedes aquí – Las palabras de mi padre salieron un poco inentendibles, tenía la lengua pastosa y los ojos vidriosos, estaba pasado de tragos pero eso no era excusas para herirme así.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante y eché a correr escaleras arriba, entré en una habitación que no sabía ni me importó de quien era, me tiré en la cama y rompí a llorar como niña pequeña, me encogí en posición fetal y deje que toda mi amargura escurriera por mis ojos. Ni siquiera me había dado cuenta que alguien me seguía, pero pocos minutos después de entrar y tirar la puerta bruscamente, alguien la abrió y entró. Subí la mirada lentamente pensando que era mi padre, iba a mandarlo al infierno, pero resultó ser el demonio mayor, mi hermano. En ese momento fue que me fijé donde me encontraba.
-No es necesario que me corras de tu habitación, ya me voy – Le dije tratando de apartar las lágrimas de mis mejillas.
-No vine a correrte – Respondió suavemente.
-¿Entonces has venido a burlarte? – Pregunté con rabia – Supongo que escuchaste a papá y estarás muy alegre por su trato.
-Ciertamente lo escuché, pero no vine a burlarme- Caminó hacia la cama y se sentó junto a mí.
-¿A qué viniste? No estoy para juegos Ángel – Me incorporé completamente y aproveché para apartarme un poco, su cercanía era extraña para mí.
-¿Sabes que aquí tienes a alguien de tu lado? Sé que debería odiarte y sentirme celoso o eso intenta mi madre que sienta, pero yo no lo hago ¡No puedo! Yo sé que tú no tienes la culpa de lo que pasó entre papá y tu madre, así que no puedo apoyar lo que te hacen- Me dijo tomando una de mis manos entre las suyas.
Hasta ahora no había tenido tiempo de conocer a mi hermano, creí conocerlo pero no era así. Nunca había compartido absolutamente nada con ellos. Mi hermana era el vivo ejemplo de la malcriadez: arrogante, caprichosa, mimada y claramente me odiaba, hacía muchos años me había declarado la guerra por haberle robado el puesto de princesita menor. Pero Ángel siempre se había mantenido al margen de la situación, no me hablaba, no me miraba, simplemente pensé que no existía para él; ahora me daba cuenta que solo estaba en desacuerdo.
-Gracias. Aprecio mucho que pienses así – Le dije apretando su mano en señal de agradecimiento.
-Sé que debes sentirte muy mal con todo esto – Ahora su mano acariciaba mi brazo confortablemente.
- Pues no voy a negártelo, intento no pensar mucho en eso pero en el fondo duele… y duele mucho- Bajé la mirada intentando detener una lágrima que amenazaba con derramarse.
Su mano tomó mi barbilla y me hizo levantar el rostro y bruscamente me besó en los labios. Por unos segundos me quedé ahí quieta recibiendo el beso y sintiendo como su lengua luchaba para entrar en mi boca, estaba aturdida, ¡Mi hermano me estaba besando! Caí en cuenta de eso y con un empujón lo aparté.
-¿Qué haces? ¿Te volviste loco?- Le grité sin miedo a que nos escucharan, la música abajo no lo permitiría. Lo miraba desencajada, no entendía que demonios había sido eso.
-Discúlpame Diana, de verdad lo siento – Me miraba suplicante pero realmente no parecía sentirlo.
-Por supuesto que lo sientes ¡Eres mi hermano! Lo que hiciste fue una locura- Dije mientras me alejaba un par de pasos más. Todo era confuso, todo daba vueltas y realmente no me sentía tan mal como debería.
-Irónico – Rió por lo bajo – irónico que una niña 10 años menor que yo tenga más cordura – dijo rascándose la cabeza con expresión atormentada – En serio muchachita, desde hace un par de años te he notado cambiada y como me ha estado gustando eso.
Por primera vez me detuve a verlo como hombre y no estaba nada mal. De pequeño siempre fue un niño gordito, pero ahora a sus 25 años había dejado la gordura de lado y se convirtió en un hombre de espalda y brazos anchos pero sin barriga, le había dicho adiós a su cabello y en contraste usaba una barba un poco larga, tenía los ojos de un color verdes grama y unas pecas que bañaban sus mejillas. Era muy guapo realmente, pero ¡Demonios! Era mi hermano.
-¿Qué quieres decir con eso de que mi cambio te ha estado gustando?
-Me pareces atractiva, te ha hecho muy bien el crecimiento, ha sido muy considerado contigo – Me dijo mirándome de arriba abajo y sí que tenía razón, ya que estaba a solo meses de cumplir mis 16 años pero ya a esta edad tenía una cintura estrecha, mi abdomen no era plano porque nunca me he limitado al comer, pero tampoco sobresalía, mis pechos eran redondos y medianos, pero lo que más llamaba la atención de los chicos era mi trasero naturalmente grande. Pintaba mi cabello desde los 14 años de color negro azabache y mis ojos eran del mismo color verde grama que los suyos, mis pecas solo estaban en mi nariz y eso me otorgaba una apariencia inocente.
Mientras pensaba eso, Ángel caminó hacia mí y volvió a besarme. Me agarró nuevamente por sorpresa pero cuando volví a la realidad no me aparté ¿Qué tan malo podía ser? Si solo los veía cada tantos años, ¿Por qué tanta moralidad? Era sólo un beso con un hombre muy atractivo que nunca consideré mi familia y muy seguramente él tampoco a mi ¿Por qué iba a apartarme?
Al llegar a esas conclusiones le eche los brazos al cuello y dejé que su lengua entrara en mi boca, nos besamos apasionadamente, yo aferrada a su espalda y el tomándome de mi cabello ya no tan perfectamente peinado. Éste no era mi primer beso con un chico, pero los anteriores habían sido con dos tontos de mi edad que simplemente me dejaron toda llena de baba. Ésta si era la primera vez que recibía el beso de un hombre y me estaba gustando muchísimo. Su lengua era experta, se movía de forma rítmica junto con la mía, sus manos habían bajado por mis brazos y ahora se posaban en mi cintura atrayéndome más hacia él.
No sé en qué momento nos movimos a la pared junto a su cama, ahí me seguía besando con pasión y algo más que no sabía definir pero me daba calor más allá de mis caderas. Sentí sus manos rozar mis costados y eso me generó un poco de cosquillas, pero cuando su mano abrió el broche de mi sujetador, fui consciente de que me había quitado la camisa e iría por más. Instintivamente lleve los brazos a mi pecho impidiendo que me lo quitara y me aparté.
-¿Qué demonios crees que haces? – Pregunté con las mejillas encendidas por la pena.
-Ahora ¿cuál es el problema?- me dijo pateando mi camisa lejos de nosotros.
-Una cosa es besar a quien no parece ser mi hermano y una muy diferente es dejar que me quite el sost…- Comencé a decir, pero el con una clara expresión de fastidio volvió a arremeter contra mi boca para callarme, esta vez me besó más apasionadamente, tanto que mis cordura se apagó y el deseo se hizo dueño de todo mi ser. Él sabía que estaba tratando con una niña de hormonas alborotadas y se estaba aprovechando de eso.
Quitó mi sostén y lo tiró al piso, tomó mis pechos con fuerza y fue bajando con besos por mi cuello hasta llegar a ellos y mordió mis pezones. Eché la cabeza hacia atrás y gemí, que delicioso se había sentido eso. Mientras su lengua jugaba con mis senos sus manos aferraban fuertemente mi cintura. Subió para volver a besarme y quitarse la camisa, así mis pezones rozabas con la piel de su pecho y se sentía muy bien, también él aprovechaba para restregar su erección en mi abdomen porque era mucho más alto que yo.
Lentamente me empujó para acostarme en su cama, volvió a bajar sus besos por mi cuello, chupó uno de mis pezones en el camino, lamió mi abdomen y jugó un poco con el piercing de mi ombligo y encontró el botón de mi pantalón. Con una mano lo abrió y con la otra estrujaba mi seno derecho, yo por mi parte estaba acostada con la espalda arqueada y los ojos cerrados sólo sintiendo. No supe en que momento quitó mi pantalón y mi ropa interior, pero si fui completamente consciente cuando sus dedos abrieron mis labios vaginales y su lengua pasó casi desde el ano hasta el clítoris.
-¡Oh Dios!- Gemí e involuntariamente abrí las piernas como una zorra. Aquello había sido delicioso. Tomé su cabeza entre mis manos para evitar que escapara, quería más de esa endemoniada lengua.
Ahora chupaba y succionaba mi clítoris mientras que con uno de sus dedos jugaba en mi entrada. Yo arqueaba tanto la espalda que en un descuido podría partirme en dos. Introdujo un poco su dedo y lo movía en círculos, de igual forma su lengua se movía sobre mi botón. Me puse rígida y sentía que en ese momento todo mi cuerpo explotaría, fue en ese momento que escuche la hebilla de su cinturón caer al piso. Sentí como la cama se hundía con su peso y se posicionaba sobre mí. Abrí un poco los ojos y lo vi con su rostro sonrojado frente al mío, sus brazos a ambos lados de mi cabeza sosteniendo su peso y sus piernas abriendo las mías aún más si se podía. Quedó sostenido con un solo brazo y con su mano libre llevó un pedazo duro de carne a mi vagina y empujó.
-¡Eres Virgen! – Dijo retirándose inmediatamente de donde pretendía entrar - ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué estoy haciendo? – me recriminó.
-Por favor no te vayas – le supliqué – La emoción no me dejó pensar, pero realmente deseo esto ¡Hazme tuya!- Rodeé su cintura con mis piernas intentando que volviera a estar en mi centro.
-Diana yo no puedo hacer eso ¡Eres mi hermana! – dijo luchando vagamente por liberarse de mis piernas.
-Eso no lo estabas pensando cuando casi me penetras – le reclamé.
-Una cosa es tener sexo con una muchacha hermosa y otra muy diferente es ser el primer hombre de tu herm… - Estaba defendiéndose pero no se lo iba a permitir, lo tome de la nuca, lo atraje hacia mí y lo besé.
-Por favor – rogué sobre su boca en un momento que nos separamos para respirar. Fue todo lo que necesitó para convencerse. Volvió a atacar mi boca con furia y a restregar su mano en mis senos, en pocos minutos su erección volvió a crecer y al parecer unos centímetros más que la primera vez. Se posicionó nuevamente pero esta vez con más delicadeza.
Colocó la punta de su pene en la entrada de mi vagina y empujó suavemente, entró pocos centímetros y encontró la barrera que hace un rato le hizo retirarse, esta vez me miró a los ojos y yo asentí asegurándole que eso era lo que quería. Empujó con más fuerza hasta romper mi himen y sentí un ardor en la vagina y en el alma. Me aferré a las sabanas, ahogué un grito y cerré las piernas de manera involuntaria. Pasaron algunos segundos hasta que volví a abrir los ojos.
-¿Estás bien? ¿Quieres que pare? – me preguntó con semblante realmente preocupado.
-¡No! Pasara cuando pasara igual iba a doler – le respondí acariciando su espalda para aliviar su preocupación.
Fue entonces cuando también entendí el significado del sexo… Él comenzó a moverse muy suavemente de adentro hacia afuera mientras el dolor se mitigaba, luego fue tomando un ritmo un poco más rápido que no terminaba de generarme placer, pero de pronto la velocidad del movimiento de su cadera aumentó y empecé a sentir cosquillas por todo mi cuerpo. Ahí donde su pene entraba y salía había un placer que no podía describir, el roce era perfecto, se sentía demasiado delicioso como para parar en algún momento.
Su ritmo siguió aumentando y los gemidos de ambos flotaban por la habitación. No sé qué era más excitante, si el morbo de que la casa estaba completamente llena de personas importantes o si lo indebido de que mi hermano me estaba penetrando violentamente. Lo cierto es que me encontraba muy excitada, mis piernas se abrían como zorra, mi boca gemía como zorra, mis manos arañaban su espalda como zorra, en ese momento era una zorra teniendo sexo prohibido y me gustó; me gustó mucho sentirme sucia.
Lo escuché gruñir algo y no supe que decía pero su cadera pareció aflojarse del resto de su cuerpo y comenzó a embestirme más rápido, más duro, sin consideración… la punta de su pene entraba y salía, me penetraba con furia y mi cuerpo reaccionó a eso. Con un grito que no pude contener mis músculos se aflojaron y mi vagina comenzó a latir muy rápidamente. Yo nunca había sentido algo así y fue simplemente ¡Genial!
Segundos después mi hermano sacó su pene bruscamente de mi vagina y de repente sentí varios disparos de líquido blancuzco y pegajoso en mi pecho, mi cuello y mi cara. Me lleve las manos al pecho para sentir eso que nunca había visto, estaba caliente y comencé a masajear mis senos con eso, luego saque la lengua y pasándola suavemente por mis labios limpié un poco lo que cayó en mi boca.
-¡Agh! Sabe mal – dije arrugando un poco la cara.
-Te estabas viendo muy sexy ¿Por qué lo arruinas? – me dijo riendo.
-¡Calla idiota! Vamos a dormir – me incorporé y tome su camisa rápidamente para taparme, caminé hasta su closet y tomé una camisa de algodón que seguramente me serviría para dormir, entré al baño y lo escuche decir…
-Pensé que querías irte de aquí- dijo riendo.
A la mañana siguiente mi padre me encontró saliendo de la habitación y llamándome por mi nombre me hizo detenerme. Escuché sus pasos acercándose a mí pero decidí seguir dándole la espalda.
-Veo que te quedaste y encontraste donde dormir – me dijo y por su voz supuse que estaba bastante cerca – Quiero disculparme por la forma en la que te hablé ayer hija, estaba un poco borracho y no pensé lo que decía, entiendo que tengas motivos para no querer volver a pisar mi casa.
Con todo el dolor que ahora tenía en el cuerpo me esforcé en voltear sin que lo notara, lo miré de frente y sonreí de lado – No te preocupes padre, tengo motivos para volver – y sin más, me subí al carro con el chofer sabiendo que dos personas me miraban fijamente desde el piso de arriba; una con odio y el otro con complicidad.